Fritz Reiner, el director nacionalizado estadounidense pero de origen húngaro (1888-1963) no sólo fue un gran intérprete de las obras de Richard Strauss, con el que colaboró durante una treintena de años, sino que le unía a él una entrañable amistad. Con tan solo 25 años había sido nombrado director de la Ópera de Dresde, allí se estrenaron tres grandes óperas straussianas: Salomé, Electra y El caballero de la rosa, además Reiner dirigió el estreno alemán de La mujer sin sombra en 1919. En 1922 aceptaba el puesto de director musical de la Orquesta de Cincinnati nacionalizándose estadounidense en 1928, tras pasar por la Orquesta de Pittsburg y colaborar durante varios años con el Metropolitan de Nueva York, fue nombrado director de la Orquesta Sinfónica de Chicago (1953-1963) sucediendo a Rafael Kubelik, durante estos años en Chicago fue cuando Igor Stravinsky definió a la orquesta de la ciudad como "la más precisa y flexible orquesta del mundo". En 1949, en el Met, protagonizó las que quizás sean las más famosas representaciones de Salomé de la historia, para ello contó con la soprano Ljuba Welitsch en el papel protagonista.
Ljuba Welitsch cantó el papel de Salomé en 1944 en Viena bajo la batuta del propio Richard Strauss con ocasión del ochenta cumpleaños del compositor, también lo cantó con enorme éxito en Londres en 1947 pero realmente causó sensación con este papel con ocasión de su debut en el Met en 1949 bajo la dirección de Fritz Reiner, tanto es así que ese mismo año protagonizó para Columbia una grabación de la escena final con Reiner y la orquesta del Metropolitan, afortunadamente también nos ha llegado el testimonio en vivo de aquellas funciones neoyorkinas. Llama atención, de aquellas representaciones del Met, el extraño emparejamiento de Salomé, una ópera que es más bien corta, con Gianni Schicchi de Puccini. La Salomé de Welitsch se caracterizó, además de por sus dotes escénicas -las crónicas de la época no dejan de hacer hincapié en ello-, por la presencia de un timbre extraodinario: potente, incisivo, penetrante, claro y lírico ,al que quieren bien los micrófonos. Uno no acaba de explicarse cómo esta mujer, cuyos graves carecían de cuerpo, era capaz de componer una Salomé tan eléctrica y convincente en lo dramático resultando a la vez tan musical. No cabe duda de que Welitsch es la encarnación más perfecta de la adolescente caprichosa y depravada. La escuchamos en la grabación de la Columbia, como en el caso de Caballé-Bernstein, una de las versiones que escuchábamos el otro día, se han amputado las intervenciones de Herodes y Herodias.
Siguiendo con Reiner pasamos a otra grabación de estudio realizada en 1954 con la Orquesta Sinfónica de Chicago, en esta ocasión la princesa es encarnada por una voz radicalmente distinta a la de Welitsch pero que tiene en común con ella su arrolladora fuerza dramática: Inge Borkh. No podemos decir que se caracterice por su belleza vocal pero sí que tiene un timbre que me resulta muy atractivo, potente como pocos pero menos acerado que el de Nilsson y, respecto a sopranos más líricas, como Caballé o Welitsch, exhibe unos graves suficientes pero no da con la imagen adolescente del personaje. Siendo por vocalidad más una Elektra, compone una Salomé que no sólo es perversa sino que parece psicológicamente muy compleja, llena de matices: misteriosa, dominada por instintos primarios, alucinada, salvaje, insaciable, trágica, en la escena final termina totalmente fuera de sí, no nos extraña que Herodes termine ordenando su muerte. Y la marca de la casa, no se puede pedir una dicción más clara. También aquí, lamentablemente, se han suprimido las intervenciones de otros personajes.
¡Qué bonito comprobar que las cosas se pueden hacer bien de distinta manera!
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