sábado, 8 de diciembre de 2012

Apertura de La Scala - "Lohengrin" por Barenboim

Evelyn Herlitzius y Anja Harteros, que al final tuvo que cancelar Lohengrin

Kaspar Hauser, conocido como el huérfano de europa, era un niño alemán que apareció misteriosamente en Nuremberg en 1828. debía tener unos 16 años y hasta entonces había permanecido en cautividad, aislado del mundo. Su origen era desconocido y su muerte por apuñalamiento, en 1833, también lo fue. Hay varias teorías sobre su procedencia, desde la que afirma que es un descendiente de una casa real alemana hasta la que dice que era un hijo ilegítimo de Napoleón Bonaparte.  Este personaje ha inspirado el Lohengrin de Claus Goth, el director de escena de esta producción de La Scala.
Y lo sé no porque haya venido el Espíritu Santo a decírmelo, sino porque él mismo lo explicaba en una entrevista ofrecida en en el cine durante los entreactos de la ópera. También explica Goth que, en su puesta, Elsa es una mujer neurótica, insegura y muy manejable, con serios problemas emocionales sufridos a consecuencia de la muerte de sus padres y de su propio hermano, así como del hecho de que quien sustituyera en su momento a la figura parterna, Friedrich von Telramund, le hubiera pedido el matrimonio, el resultado es que Elsa necesita crear su propio héroe y lo hace según su imaginación, aunque nada tenga que ver con el Lohengrin de carne y hueso, es por eso que su amor, basado en figuraciones, no tendrá ningún futuro. Y es que Lohengrin, traumatizado e infantil, ignora  quién es y de dónde viene, por eso intenta evitar las preguntas a toda costa, necesita convertirse en alguien, huye del pasado en cuanto lo desconoce, necesita crecer como persona y una ayuda que Elsa no le va a poder dar.  Por otro lado, cuenta Goth, la Europa de finales del XIX, donde se desarrolla la acción de esta puesta en escena, había sufrido movimientos sociales turbulentos, fruto del capitalismo industrial, el comunismo, el anarquismo, el racionalismo; la sociedad de entonces, abrumada por el objetvismo, ardía en deseos de volver a lo irracional, a lo mítico, por eso, cuando aparece Lohengrin necesitan creer en él, pero al igual que Elsa, no ven el ser real sino la imagen de lo que ellos desean. Interesante esta idea sobre la apreciación de la realidad por parte del individuo o de la sociedad.

¿Y todo esto cómo encaja en el libreto de Lohengrin? Pues a duras penas, sobre todo al final, cuando Lohengrin confiesa a todos que es el hijo de Parsifal y que fue enviado a Brabante por el Grial, que su objetivo era salvar a Elsa y hacer retornar a Godofredo, su hermano. Hay muchas cosas para comentar, como el hecho de que Lohengrin vaya descalzo en el primer y tercer acto, los estados de trance o catatonia por los que atraviesan Lohengrin y Elsa, el piano, el joven con un artilugio en el brazo que parece un ala mientras que en el otro no lleva nada, plumas en los bolsillos... pero no me quiero extender más. El público de La Scala no lo ha aceptado mal, aunque ha habido algunos abucheos han predominado los bravos.

La escenografía  de Christian Schmidt es una especie de patio de dos pisos con barandillas corridas que va cambiando según el atrezo, es oscura y muy funcional, curioso ese tercer acto que se desarrolla en un embarcadero entre campos de maíz, en el cine ha quedado muy lucido, cinematográfico, en el teatro la perspectiva habrá sido, sin duda, distinta. Bien el vestuario, también obra de Schmidt. En el intermedio nos hemos enterado que el tanto el traje de Elsa como el de Ortrud estaban inspirados en el que Claudia Cardinale lucía en el baile del Gatopardo. 

Pero los grandes triunfadores de la noche han sido, junto Kaufmann y Herlitzious, los cuerpos estables de La Scala y la dirección de Barenboim. Uno se sienta en la butaca del cine, sale el director, levanta la batuta y uno está allí sentado durante algo más de cinco horas -contando los entreactos-, y todo fluye deliciosamente, maravillosos sonidos orquestales mientras la música va fluyendo libremente, y uno no sabe si la dirección ha sido dilatada o ágil, sólo sabe que la orquesta sonaba y sonaba y que, durante ese tiempo, se había dejado llevar. Jonas Kaufmann no es, por voz el Lohengrin ideal (lo de siempre: sonidos extraños, entubados, voz atrás...),  se pone de manifiesto sobre todo en los números de conjunto (falta del brillo típico del auténtico, o tradicional si queréis, timbre de tenor), pero vaya... se mete en el papel y no hay quien lo pare, es musicalísimo y su alemán, dicción y pronunciación, inmaculado, te lo crees y punto. Tanto Anja Harteros como la cover prevista cancelaron su Elsa por enfermedad y hubo que acudir a Annette Dasch, apenas ha tenido tiempo de ensayar esta nueva producción, y ha pasado la prueba con nota, no tiene un timbre feo pero es muy apagado, los agudos tirantes pero tiene presencia escénica y su Elsa me ha parecido convincente, pero le falta canto. La sorpresa ha venido de la mano de Evelyn Herlitzious, que interpretaba a la malvada Ortrud, pensaba que se me iba a hacer insoportable, pues nada de eso, el personaje se adapta muy bien a sus características vocales, la dureza en el timbre le ha favorecido desde un punto de vista dramático. Rene Pape ha sido el rey Enrique I, a pesar de que se le ha atascado en los agudos de alguna frase puntual del segundo y tercer actos, pero gracias a la hermosura y nobleza tímbrica que es de todos conocida hay que reconocer que ha estado bien. Como lo ha estado, al principio, Tómas Tómasson como Friedrich von Telramund pero no sé qué le ha pasado en el segundo acto que casi acaba desgañitado, una lástima, y notable Zeljko Lucic como Heraldo.

Cinco horas con Lohengrin que se me han pasado volando, podría haber estado mejor con Kaufmann, Harteros, Pape y otro equipo de cantantes, o quizás no.

3 comentarios:

  1. Volando. La orquesta sonaba tan bien y tan natural que parecia lo más normal del mundo. Iba a decir, de película.

    También pensaba ayer yo que esta lectura topa como casi siempre con la idea del autor del libreto. Un Lohengrin desorientado y desvalido, pero que luego dice que ha sido enviado por el Grial, algo esquizoide. Claro que tampoco sé como se puede leer hoy en día la historia de Wagner. El tema para mí interesante, es el del nombre, el amor sin preguntas. Y el final, con tanta explicación precipitada es un poco chapucero.

    Pero ¡qué bien lo hemos pasado!

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    1. Lo que es una lástima es que todas estas personas que idean libretos nuevos tengan que tirar de repertorio y no tengan compositores que sean capaces de componer música para ellos y estrenar en La Scala y que el teatro se venga abajo como pudo ocurrir con el últmo Verdi, aunque no siempre ocurría lo mismo. Así son los tiempos que nos ha tocado vivir. Nunca la ópera se representó con tanta calidad escenográfica como lo hace ahora y nunca estuvo, a la vez, tan muerta en un sentido creativo-musical. Terrible paradoja.

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    2. Pero... ¡¡¡qué bien nos lo pasamos!!!

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