Primero os voy a pedir disculpas porque la entrada de hoy la he hecho a todo tren y seguro que habrá algún que otro error, ya veis que voy improvisando porque si había previsto cinco momentos/cinco entradas hoy ya he metido tres momentos, que con el de ayer hacen cuatro y sólo dos entradas.
El quinto y último acto de Les Troyens comienza en el campamento troyano junto al mar. Lilas, un marinero troyano añora su patria y su hogar, y así nos lo canta desde un mástil, en una melancólica canción que está escrita para un tenor ligero o lírico-ligero.
Los troyanos tienen miedo de la cólera de los dioses y comienzan los preparativos para la partida, esperan que el Eneas venza el sentimiento que lo aferra a la reina de Cartago a través del cumplimiento de un deber y el deseo de gloria. Pero también hay disidentes y Berlioz les otorga un cachito de ópera para su lucimiento, en Cartago han encontrado mujeres y ya se sabe: tiran más dos tetas… Todos abandonan la escena mientras llega Eneas que, mediante un arioso, se debate entre el dolor que le causa la separación de Dido y el cumplimiento del destino troyano, debe abandonar Cartago. Al arioso le sigue un principio de aria que se torna de nuevo en arioso en la que Eneas imagina el dolor que causará en Dido cuando la abandone.
Los espíritus de Príamo, Corebo, Héctor y Casandra, como han visto que Eneas no lo tiene nada claro, se le aparecen y le recuerdan que debe “vivir y partir”, nada de suicidios, “partir y conquistar”, “conquistar y fundar”. Eneas lo ve tan crudo que decide obedecer y dejar tirada a Dido. Despierta a los troyanos, antes de amanecer tienen que zarpar, cumplirá su destino. traicionará a Dido. Cuántos hombres -y alguna que otra mujer- habrán deseado alguna vez tener una excusa parecida a la de Eneas para poner pies en polvorosa.
Escuchamos a Nicolai Gedda interpretando el recitativo y aria de Eneas "Inutiles Regrets!... ah! Quand viendra l'instant", la escena con los cuatro espectros "De la sombre demeure" y el arioso convocando a las tropas troyanas, "Debout, troyens", en una grabación realizada en Roma en 1969 con dirección de Georges Prêtre:
Aparece Dido, que se ha enterado de los planes de Eneas y está cabreadísima. Se siente deshonrada y es que ni siquiera le ha dejado un hijo que le recordara al padre, si fuera así seguramente no se sentiría tan abandonada. “Je pars et je t’aime”, dice Eneas, que viene a ser algo así como ahí te pudras y soy más chulo que un ocho. Suena la marcha troyana mientras desaparece Eneas, que se lleva consigo la maldición de Dido, que queda sola en escena hasta que aparece Ana.
Escuchamos en las mismas representaciones romanas a Shirley Verrett en el dúo con Eneas (Nicolai Gedda) "Errante sur te pas" y el principio de la escena siguiente de Dido y Ana, una tal Giovanna Fioroni:
Aquí comienza lo mejor del acto. Ana, la hermana de Dido, se siente un poco culpable por haberla incitado a iniciar una relación con el troyano, pero tampoco tanto, la consuela diciendo, aunque te quedes más tirada que una colilla tienes que estar tranquila: “él te ama”. Dido está en una situación ideal para iniciar una escena de la Locura a lo Lucia di Lammermoor, pero no, suplica a Narbal que vaya de decirle a Eneas que le conceda algunos días más (¿quizás para buscar ese hijo del que hablaba antes?). A la pobre parece que no le hacen mucho caso, entonces llega Iopas con la exclusiva: los troyanos se van. El primer impulso de Dido es que salga la flota cartaginesa en su busca para destruirlos, pronto se arrepiente. Es el momento de recordar lo que tenía que haber hecho: cargarse a esa raza vagabunda. Demasiado tarde. Entonces invoca a los dioses del infierno para que le ayuden a odiar al esposo fugitivo y se le ocurre una brillante idea: hacer un sacrificio en honor de aquéllos , así que ordena levantar una pira en la que quemar todo recuerdo y regalo de los troyanos. Narbal sugiere a Ana que se quede con su hermana porque la reina está en tal estado que es como para dejarla sola, pero la reina ordena que la dejen sola y entona de forma impresionante aquello de “Voy a morir en mi dolor inmenso sumida. Y morir sin ser vengada. Pero he de morir”. Un poco retorcida, lo hace para que Eneas sufra , será su venganza. Por unos segundos suplica a la diosa Venus que la escuche y haga que Eneas regrese, pero el cambio de parecer dura poco y Dido, volviendo a la idea del suicidio, comienza su célebre aria de despedida de Cartago: “Adieu fiere cité”, una obra maestra en la que se retoman las melodías del dúo de amor del cuarto acto., con la aparición del coro la música adquiere un aire de marcha fúnebre, un auténtico Réquiem infernal.
Durante los últimos meses hemos escuchado varias versiones de "Adieu, fiere cité" hoy he elegido la exuberancia vocal desplegada por Jessye Norman -hay momentos en los que parece que está cantando un spiritual- en el Met el año 1984 bajo la dirección de James Levine, en aquellas representaciones la extraordinaria cantante interpretaba los dos papeles protagonistas femeninos: Cassandra y Dido. Yo me rindo ante el timbre de Norman, muy regio y apropiado para Dido, tanto la de Berlioz como la de Purcell. Sin ánimo de reavivar la polémica de días pasados sobre los aplausos es muy discutible el corte de la representación en medio de la escena de Dido, pero es que el público del Met también es para darle de comer aparte:
Al coro se unen Ana y Narbal que comeinzan a proferir mil y una maldiciones a los troyanos. Dido asciende por unas escalinatas y se clava un puñal haciendo demostración de sus dotes advinatorias, a lo Aramís Fuster. “Un día, sobre la tierra africana, nacerá de mis cenizas un glorioso vengador. Oigo ya resonar su nombre victorioso. Aníbal. De orgullo se llena mi alma. No más recuerdos amargos. Y así llega el momento de descender a los infiernos”. Dido yace muerta . Un coro cartagineses de venganza hacia los troyanos y sus descendientes previo a los compases de la marcha troyana concluye la ópera.
El quinto y último acto de Les Troyens comienza en el campamento troyano junto al mar. Lilas, un marinero troyano añora su patria y su hogar, y así nos lo canta desde un mástil, en una melancólica canción que está escrita para un tenor ligero o lírico-ligero.
Los troyanos tienen miedo de la cólera de los dioses y comienzan los preparativos para la partida, esperan que el Eneas venza el sentimiento que lo aferra a la reina de Cartago a través del cumplimiento de un deber y el deseo de gloria. Pero también hay disidentes y Berlioz les otorga un cachito de ópera para su lucimiento, en Cartago han encontrado mujeres y ya se sabe: tiran más dos tetas… Todos abandonan la escena mientras llega Eneas que, mediante un arioso, se debate entre el dolor que le causa la separación de Dido y el cumplimiento del destino troyano, debe abandonar Cartago. Al arioso le sigue un principio de aria que se torna de nuevo en arioso en la que Eneas imagina el dolor que causará en Dido cuando la abandone.
Los espíritus de Príamo, Corebo, Héctor y Casandra, como han visto que Eneas no lo tiene nada claro, se le aparecen y le recuerdan que debe “vivir y partir”, nada de suicidios, “partir y conquistar”, “conquistar y fundar”. Eneas lo ve tan crudo que decide obedecer y dejar tirada a Dido. Despierta a los troyanos, antes de amanecer tienen que zarpar, cumplirá su destino. traicionará a Dido. Cuántos hombres -y alguna que otra mujer- habrán deseado alguna vez tener una excusa parecida a la de Eneas para poner pies en polvorosa.
Escuchamos a Nicolai Gedda interpretando el recitativo y aria de Eneas "Inutiles Regrets!... ah! Quand viendra l'instant", la escena con los cuatro espectros "De la sombre demeure" y el arioso convocando a las tropas troyanas, "Debout, troyens", en una grabación realizada en Roma en 1969 con dirección de Georges Prêtre:
Aparece Dido, que se ha enterado de los planes de Eneas y está cabreadísima. Se siente deshonrada y es que ni siquiera le ha dejado un hijo que le recordara al padre, si fuera así seguramente no se sentiría tan abandonada. “Je pars et je t’aime”, dice Eneas, que viene a ser algo así como ahí te pudras y soy más chulo que un ocho. Suena la marcha troyana mientras desaparece Eneas, que se lleva consigo la maldición de Dido, que queda sola en escena hasta que aparece Ana.
Escuchamos en las mismas representaciones romanas a Shirley Verrett en el dúo con Eneas (Nicolai Gedda) "Errante sur te pas" y el principio de la escena siguiente de Dido y Ana, una tal Giovanna Fioroni:
Aquí comienza lo mejor del acto. Ana, la hermana de Dido, se siente un poco culpable por haberla incitado a iniciar una relación con el troyano, pero tampoco tanto, la consuela diciendo, aunque te quedes más tirada que una colilla tienes que estar tranquila: “él te ama”. Dido está en una situación ideal para iniciar una escena de la Locura a lo Lucia di Lammermoor, pero no, suplica a Narbal que vaya de decirle a Eneas que le conceda algunos días más (¿quizás para buscar ese hijo del que hablaba antes?). A la pobre parece que no le hacen mucho caso, entonces llega Iopas con la exclusiva: los troyanos se van. El primer impulso de Dido es que salga la flota cartaginesa en su busca para destruirlos, pronto se arrepiente. Es el momento de recordar lo que tenía que haber hecho: cargarse a esa raza vagabunda. Demasiado tarde. Entonces invoca a los dioses del infierno para que le ayuden a odiar al esposo fugitivo y se le ocurre una brillante idea: hacer un sacrificio en honor de aquéllos , así que ordena levantar una pira en la que quemar todo recuerdo y regalo de los troyanos. Narbal sugiere a Ana que se quede con su hermana porque la reina está en tal estado que es como para dejarla sola, pero la reina ordena que la dejen sola y entona de forma impresionante aquello de “Voy a morir en mi dolor inmenso sumida. Y morir sin ser vengada. Pero he de morir”. Un poco retorcida, lo hace para que Eneas sufra , será su venganza. Por unos segundos suplica a la diosa Venus que la escuche y haga que Eneas regrese, pero el cambio de parecer dura poco y Dido, volviendo a la idea del suicidio, comienza su célebre aria de despedida de Cartago: “Adieu fiere cité”, una obra maestra en la que se retoman las melodías del dúo de amor del cuarto acto., con la aparición del coro la música adquiere un aire de marcha fúnebre, un auténtico Réquiem infernal.
Durante los últimos meses hemos escuchado varias versiones de "Adieu, fiere cité" hoy he elegido la exuberancia vocal desplegada por Jessye Norman -hay momentos en los que parece que está cantando un spiritual- en el Met el año 1984 bajo la dirección de James Levine, en aquellas representaciones la extraordinaria cantante interpretaba los dos papeles protagonistas femeninos: Cassandra y Dido. Yo me rindo ante el timbre de Norman, muy regio y apropiado para Dido, tanto la de Berlioz como la de Purcell. Sin ánimo de reavivar la polémica de días pasados sobre los aplausos es muy discutible el corte de la representación en medio de la escena de Dido, pero es que el público del Met también es para darle de comer aparte:
Al coro se unen Ana y Narbal que comeinzan a proferir mil y una maldiciones a los troyanos. Dido asciende por unas escalinatas y se clava un puñal haciendo demostración de sus dotes advinatorias, a lo Aramís Fuster. “Un día, sobre la tierra africana, nacerá de mis cenizas un glorioso vengador. Oigo ya resonar su nombre victorioso. Aníbal. De orgullo se llena mi alma. No más recuerdos amargos. Y así llega el momento de descender a los infiernos”. Dido yace muerta . Un coro cartagineses de venganza hacia los troyanos y sus descendientes previo a los compases de la marcha troyana concluye la ópera.
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