Montaje de San Francisco de Asis de Messiaen en el desgraciadamente famoso Madrid Arena. |
Estamos viviendo una etapa (esperemos que sólo sea eso) en la que vemos como las Administraciones públicas, tradicional y principal medio de financiación de la cultura en nuestro país, recortan la partida presupuestaria destinada a financiar los espectáculos operísticos (con caídas que van desde el 30 hasta el 60% según el teatro); por otra parte, el patrocinio de las empresas privadas, muchas de ellas agobiadas por la crisis económica, también se contrae. Lo único que se mantiene parece que son los ingresos por taquilla, aunque han caído en los últimos años lo han hecho en menor medida que lo que impone el rigor de la crisis. Para rematar la faena el IVA soportado por los aficionados ha crecido considerablemente, todavía es pronto para analizar certeramente el impacto que ha tenido este incremento sobre los ingresos por venta de localidades; además habrá que tener en cuenta otras variables, como la programación del teatro: qué interés han tenido los títulos que se han ofrecido y qué calidad los intérpretes que se han contratado.
Lo que sí debemos tener claro es que, si queremos que el público acuda a los espectáculos, tendremos que ofrecer un producto de calidad. Abaratando costes, prescindiendo de artistas de renombre y de espectáculos de interés lo único que conseguiremos es disminuir la afluencia de público y agravar la situación. Esto no significa que se deba emular la programación del Met, Ópera Bastilla o La Scala, hay ejemplos de otros teatros que, con presupuesto más modestos, son capaces de ofrecer un producto sólido que puede interesar a cualquier aficionado medio.
Si nos fijamos en el Palau de les Arts, que viene sufriendo una paulatina y drástica caída presupuestaria que está repercutiendo en la programación, podemos observar como el flujo de aficionados foráneos está disminuyendo significativamente, incluso el número de abonados ha descendido y el público que acudía a dos o más representaciones también ha bajado. Actualmente se está representando Rigoletto con un reparto correcto pero poco atractivo, me consta que muchos aficionados que habitualmente se desplazaban a la ciudad para asistir a la ópera esta vez han decidido no hacerlo y el teatro presenta huecos que, en una ópera de estas características, hace tan sólo año y medio eran inimaginables. La escasez de visitantes repercute tanto en el número de pernoctaciones en la ciudad como en la visita a restaurantes, museos y otros espacios de ocio. Un teatro que en los primeros años había despertado el interés de multinacionales para grabar y comercializar sus producciones, ahora ya no lo hace; en las revistas especializadas ya no aparecen artículos relacionados con la actividad del Palau de les Arts, lo que también se traduce en una pérdida de proyección internacional de la imagen de la ciudad y un coste económico. Sería un error pensar que el Palau de les Arts formó parte de la política de grandes eventos que atraían al público uno o dos días al año, era -y por el momento sigue siéndolo- una actividad constante y mantenida en el tiempo. Hay que encontrar medios de financiación que permitan que su actividad siga adelante con una programación atractiva y de calidad. Y, por favor, hay que evitar la politización de la cultura a toda costa.
En nuestro país no hay una tradición del mecenazgo como la que existe en el mundo anglosajón, se intentará poner solución a ello mediante la reforma de la Ley del Mecenazgo de 2002, pero pasa el tiempo y no se aprueba; además, no bastará con aprobar una reforma de la ley, habrá que ver cómo se desarrolla para que lo que se diga no quede en agua de borrajas y se consiga una aplicación efectiva y fructífera, y habrá que tener cuidado para que los creadores no queden a merced de intereses privados.
La tendencia que se esta imponiendo en estos tiempos en muchos sectores y que ahora parece ser que se quiere trasladar al mundo de la ópera es el crowd-funding (financiación de la multitud o micromecenazgo), un tipo de mecenazgo que nutriría los fondos de los teatros de ópera a través de aportaciones económicas de los aficionados. Para ello habrá que entusiasmar a los ciudadanos en cada uno de los proyectos culturales que pretendan obtener este tipo de financiación, y para hacerlo volvemos a lo mismo, tendremos que pasar por ofrecer un producto de calidad.
Otras soluciones más drásticas consisten en desarrollar los espectáculos operísticos en espacios más pequeños, con maquinaria escénica menos sofisticada y formato más reducido. Además de un menor gasto en utilería supondría reducir también los costes de mantenimiento y administración. Pero se plantea el problema de qué utilidad dar entonces a los teatros de ópera establecidos ¿Qué hacemos con el Teatro Real, el Liceu o el Palau de Les Arts si ocupamos espacios más modestos? Quedarían vacíos de contenido.
También se ha planteado recurrir a lo que se denomina ópera de cámara, ésta no sólo reduciría costes de puesta en escena, también reduciría costes en instrumentistas y cantantes. Pero, aunque se ahorraría en cantantes, los teatros de ópera ya tienen su propia plantilla de instrumentistas, por lo que no se podría reducir un coste que, en su mayor parte, es fijo. Además, el aficionado a la ópera quiere ver representadas óperas del gran repertorio, que nada tienen que ver con la ópera de cámara.
Lamentablemente no se puede hoy recurrir a la creación contemporánea; aunque permitiría realizar espectáculos que nacieran con el propósito de adaptarse a las circunstancias económicas actuales se encontraría con el obstáculo de que el público está desencantado con la ópera contemporánea. Antes de que pudiera encontrarse una solución programando ópera actual adaptada a nuestras circunstancias económicas tendría que haber una revolución en el mundo de la creación y establecer puntos de conexión con el gran público, para que a este le gustara lo que escucha y estuviera dispuesto a repetir. Hoy por hoy es pura ciencia ficción.
Lo que parece, por fin, que es un hecho demostrable es que la cultura es una fuente de inversión y riqueza económica para una ciudad. Un reciente estudio encargado por el director de la Ópera de Lyon ha demostrado que por cada euro que se invierte en el teatro procedente de subvenciones públicas (de los 38 millones de presupuesto anual de la Ópera de Lyon 29 proceden de fondos públicos) se generan tres euros en la ciudad y su entorno (más información AQUÍ).
Os dejo un vídeo de Naxos publicitando el Anillo de Mehta/La Fura realizado en Valencia:
Hace falta inteligencia, honestidad y valentía para romper ese círculo vicioso. Lo tenemos crudo.
ResponderEliminarInteligencia hay mucha, honestidad muy poca y valentía, según para qué. Lo tenemos crudo.
ResponderEliminar