La producción dirigida por Robert Wilson que se ofrece en el Liceu estos días. |
Uno de los rasgos que hacen de Pélleas et Mélisande una ópera particular es el empleo de una vocalidad adaptada al francés. Como hecha a medida. Debussy quería que los personajes del drama cantaran "como personas naturales y no en un lenguaje arbitrario, marcado por tradiciones antiguas". Debussy emplea un recitativo ligero, melódico y lleno de matices, muy próximo a la declamación del francés. Este recitativo se pliega a la prosa de Maeterlinck. Las voces permanecen casi siempre en la zona media (de ahí que el personaje de Pélleas pueda ser interpretado por un tenor y también por un barítono lírico), muy ocasionalmente ascienden o descienden, no se les exige prácticamente sostener los sonidos y hay pocas desigualdades en la duración y el valor de las palabras. Para el espectador de principios del siglo XX era un lenguaje operístico si no totalmente nuevo (de alguna manera Mussorgsky había hecho algo parecido con el ruso) sí fuera de lo habitual.
En cuanto a los intérpretes lo ideal es que dominen perfectamente la pronunciación francesa y tengan un timbre personal y grato al oído, deben ser sugerentes, expresivos, pero no excesivamente dramáticos y exagerados en sus inflexiones, para que no parezca que se despegan del delicado entramado musical construido por Debussy. Fredrica von Stade, a quien escuchamos más abajo, puede ser un buen ejemplo de ello.
Escuchamos la escena de la fuente de los ciegos (escena primera del segundo acto) en la que tiene lugar un dúo entre los protagonistas, en este caso Richard Stilwell (Pélleas) y Frederica von Stade (Mëlisande) bajo la preciosista dirección de Karajan. Mélisande se sienta al borde del agua, esta fuente es milagrosa, se dice que curaba a los ciegos, pero ahora parece abandonada, el rey Arkel se ha quedado medio ciego y la gente ha perido la fe en ella, cuando Mélisande está jugando con la alianza que le diera Golaud mientras Pélleas hace preguntas sobre su primer encuentro con su hermanastro, el anillo se escapa de sus manos y cae al agua, suenan las campanas que señalan el mediodía y, asustados, ambos jóvenes regresan al castillo sin la alianza. Escuchando el principio uno puede hacerse una idea de la influencia de la música de Debussy en compositores como Joseph Canteloube (Chants d'Auvergne):
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