Me fui al pueblo pero sólo a pasar medio día y la noche, recoger a las niñas y regresar al día siguiente, me dejé el lector en casa porque justo a la hora de salir no lo encontraba y es que había quedado sepultado por un montón de ropa de cama que había recogido del tendedero cinco minutos antes, así que llegué al pueblo y no llevaba nada que leer, cuando se hizo la hora de acostarse me agencié algunos suplementos de un semanal que suelo guardar y llevar a la casa del pueblo para cuando se presentan ocasiones como esta en la que no tengo nada con que entretenerme, pero esta vez mientras subo las escaleras para ir a la habitación me quedo mirando los estantes con libros ya leídos que, como ya no me caben en casa, he llevado allí. Los había ofrecido a las bibliotecas de dos colegios, en uno de ellos me dijeron que no les cabían y en el otro que como era de línea en valenciano los libros en castellano no servían de nada, mientras encuentro un destinatario allí los tengo, unos en estanterías y otros en la cambra metidos en cajas de cartón. Me quedo mirando los estantes con libros y reparo en uno de Italo Calvino -"Vaya, este no lo llegué a terminar"- Me detengo para hojearlo. Se trata de una novelita muy corta que lleva por título "La especulación inmobiliaria" y que fue publicada en España en 1981, yo lo compré a finales de los ochenta durante una época en la que me dio por leer la obra del italiano, la mayoría de libros de Calvino que tenía los presté a un amigo y con el tiempo nunca más se supo, ni de los unos ni del otro, era un tipo de esos que cuando hablas con ellos tienes la sensación de que están pensando algo sobre ti o sobre lo que estás diciendo que puede tener cierto interés en cuanto podría afectarte pero que callan, con el tiempo terminas dándote cuenta de que no eran nada, especie de sanguijuelas que chupan mientras pueden obtener algo a cambio. El libro de Calvino está terminado de escribir en 1957, y este hecho llama mi atención, un tema tan actual y un libro escrito hace tanto tiempo, a mediados del siglo pasado. Un instintivo impulso fruto de una morbosa curiosidad hace que alargue el brazo para alcanzarlo y me decida a acostarme con él.
En el capítulo primero leemos algo que en la costa mediterránea española nos suena muy familiar:
"Eran las casas: todos estos nuevos edificios que se alzaban, viviendas ciudadanas de seis u ocho plantas, sin blanquear, macizas como paredes de contención ante el desmoronamiento de la pendiente, con el mayor número posible de ventanas y balcones orientados hacia el mar. La fiebre del cemento se había adueñado de la Riviera: allá veías el inmueble ya habitado, con las jardineras de los geranios todas iguales en los balcones; aquí, el grupo de casas apenas terminadas, con los cristales marcados con serpientes de yeso, que esperaban las pequeñas familias lombardas ávidas de bañarse; más allá, la hormigonera que gira y el cartel de la agencia para la compra de los locales.En las pequeñas ciudades en pendiente, escalonadas, los edificios parecían subirse los unos encima de los otros, y, en medio, los dueños de las casas viejas alargaban el cuello en los pisos añadidos. En ***, la ciudad de Quinto, antaño rodeada de umbrosos jardines, de eucaliptos y magnolias donde entre seto y seto viejos coroneles ingleses y ancianas misses se prestaban ediciones Tauchnitz y regaderas, ahora las excavadoras removían el terreno reblandecido por las hojas marchitas o granulado por la grava de las avenidas, y el pico derribaba las pequeñas villas de dos pisos, y el hacha abatía con un crujido como de papel los abanicos de las palmeras Washingtonia, desde el cielo en que se asomarían los futuros soleados -tres habitaciones más cuarto de baño."
La novelita no es pretenciosa, se lee en un plis plas. En la Riviera, en medio del boom económico vivido por Italia en los años cincuenta del siglo XX, una pareja de hermanos, Quinto, un intelectual "sin oficio ni beneficio", y Ampelio, un adjunto universitario de química que prepara oposiciones , agobiados por un sistema impositivo casi confiscatorio y contagiados por la fiebre de la edificación regresan a su pintoresco y turístico pueblecito costero con objeto de vender a un constructor, a cambio de obra, parte del jardín de la villa en la que vive su madre. Calvino, además de tratar el tema de la contradicción entre la ideología y el comportamiento del individuo, denuncia lo que el propio título indica, la especulación inmobiliaria en una sociedad de depredadores y depredados, y deja entrever un propósito social: defender la existencia de agrupaciones de ciudadanos que garanticen la legalidad y miren por los intereses colectivos. En parte el libro me ha decepcionado y es que intentar encontrar en él una explicación total de lo que ha pasado en la primera década del siglo XXI y en un país distinto, aunque también en la órbita mediterránea, es ser un poco iluso. La culpa es mía.
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