lunes, 13 de agosto de 2012

Terminaron los Juegos Olímpicos y nosotros seguimos con la ópera y otras cosas


Ayer tuvo lugar la Ceremonia de Clausura de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, comenzaba la retransmisión televisiva con una maravillosa estampa de la ciudad: las luces encendidas al anochecer, el Estadio Olímpico en azul, esa especie de montaña rusa retorcida que es la torre Orbit en rojo y el blanco del London Acuatics Center desplegando sus alas, más allá el Basketball Arena y el Velódromo, con los serpenteantes canales de aguas procedentes del Támesis recorriendo el Parque Olímpico. Pronto se centraron las cámaras en el centro del estadio olímpico y allí había preparada una gran falla presidida por una noria que, como el resto del decorado, podría haber sido gigante pero que en proporción al terreno del campo parecía de juguete, después prepararon un gran discomóvil como hacen en muchos de nuestros pueblos durante las fiestas de verano, lo único que aquí algunos de los cantantes actuaban de verdad. Me eché intermitentes cabezaditas, entre despertar y despertar todo seguía más o menos en la misma tónica. Nos vendieron lo que no necesitan vender porque se lleva vendiendo sola durante décadas, la cultura del pop, añorando un glorioso pasado que no volverá. Todo de lo más decadente, cuando no salía una momia en escena se la recordaba ¿Eso es lo que tienen que ofrecer los británicos a la música de hoy? Estoy convencido de que la respuesta es NO. Para tratar a David Bowie como si ya hubiera muerto o invocar a los espiritus de John Lenon y Freddie Mercury más vale echar mano de partituras e intentar, aunque sólo fuera durante seis minutos, recrear la música que en su día compusieron Purcell o Haendel en la capital inglesa, además los británicos lo saben hacer muy bien.

No estoy diciendo que se tenga que dar un recital de música clásica, para muchos sería un auténtico suplicio; sin embargo, pensad por un momento lo espectacular que puede resultar iniciar una ceremonia con la siguiente música de la Oda para el Nacimiento de la Reina Ana, con este pequeño detalle ya has cumplido con la pequeña cuota Haendel, has creado un clima de expectación, recogimiento, concentración y has divulgado ante el mundo entero una música maravillosa que merece ser conocida.




Claro que Purcell y el adoptado Haendel, que sí que dan una imagen de marca, más que el globalizado pop,  no son comerciales, mucho mejor resucitar a las Spice Girls, que todavía siguen estando buenas con su botox, sus implantes de glúteos y sus prótesis de silicona, no como el hortera de George Michael, que se ha convertido en una caricatura de sí mismo. En fin, qué guapos somos y qué bien lo hacemos ¡Viva el Imperio Británico! A mí el nacionalismo exacerbado, y el hecho de que los atletas tengan que competir bajo una bandera nacional que es izada al son de un himno cuando se gana, me chirría bastante, pero eso es otro tema y, aunque a estas alturas de la entrada, os parezca mentira, no he venido aquí a hablar de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 ni de su ceremonia de clausura.

No, no he venido aquí para hablar de la Ceremonia de Clausura de los JJOO sino de La Olimpiada (L'Olimpiade), un libreto que Pietro Metastasio escribió para que fuera musicado en Viena por Antonio Caldara en 1733 y que fue reutilizado unas setenta veces por diferentes compositores, entre ellos Vivaldi, Pergolesi, Galuppi, Hasse, Traetta, Jommelli, Piccini, Cimarosa, Paisiello e incluso Donizetti, que la dejó incompleta.

La Olimpiada está basada en El juicio de los pretendientes del Libro VI de las Historias de Herodoto y su trama está ambientada en la Grecia Clásica en tiempos de los Juegos Olimpicos.

El argumento, sacado de wikipedia, es el siguiente: Megacles llega a Sición justo a tiempo para participar en los Juegos Olímpicos bajo el nombre de Licidas, un amigo que una vez salvó su vida. Sin saberlo Megacles, Licidas está enamorado de Aristea, cuya mano va a ofrecerse al ganador de los juegos por su padre, el rey Clístenes. Licidas, una vez comprometido con la princesa Argene de Creta, no es consciente de que Megacles y Aristea ya se aman, y posteriormente le habla a su amigo del premio. Aristea y Megacles se saludan cariñosamente, pero Megacles hoy se siente ligado por su promesa de competir como Licidas. Mientras tanto Argene llega a Olimpia disfrazada de pastora, para recuperar a Licidas.
Megacles gana los juegos, confiesa la verdad a Aristea y se marcha, con el corazón roto. Cuando Licidas va a reclamarla, Aristea se lo reprocha, como lo hace la disfrazada Argene, para su gran decepción. Amintas, tutor de Licidas, anuncia que Megacles se ha ahogado, y el rey Clístenes destierra a Licidas.
Argene impide a la desesperada Aristea que se suicide, Megacles es rescatado por un pescador, y Licidas contempla el asesinato del rey. Aristea pide piedad para Licidas y Argene se ofrece ella misma en su lugar; como prueba de que ella es una princesa, muestra a Clístenes la cadena que le entregó Licidas. Él la reconoce como perteneciente a su hijo, abandonado en la infancia para impedir la profecía de que él mataría a su padre. Licidas, reinstaurado, acepta a Argene, dejando a su hermana a Megacles.

Escucharmos el vertiginoso y extraordinario primer movimiento (Allegro) de la sinfonia-obertura de L'Olimpiade de Vivaldi:



L'Olimpiade de Vivaldi se estrenó en el Teatro San Angelo de Venecia el  17 de febrero de 1734 y no seguía al pie de la letra el texto de Metastasio. Vivaldi cortó recitativos, modificó perfiles psicológicos, reemplazó 6 arias, suprimio y redistribuyó coros. Para terminar con L'Olimpiade, escucharemos Gemo in un punto e fremo, aria de Licida, interpretada por Sara Mingardo con el Concerto Italiano dirigido por Rinaldo Alessandrini, este aria respira un inconfundible aire vivaldiano:



Y ya que ayer los londinenses, entre cadáver y cadáver, pasaron de los Rolling (quizás porque el grupo no ha querido o quizás porque no pegaban con la tónica de la ceremonia al seguir en activo desde que hace cincuenta años, el 12 de julio de 1962, se presentaran en el Marquee Jazz Club de Londres)  yo les hago mi pequeño homenaje con un Youtube en el que aparece íntegro el LP Let it bleed (1969), una auténtica joya que nada tiene que envidiar a Purcell o Haendel, entre otras cosas porque nada tiene que ver con ellos, y que cuenta con una portada y contraportada que son de mis favoritas. Al final todo no ha sido más que una excusa para poner a los Rolling.



3 comentarios:

  1. Händel tuvo su instante de gloria en la apertura cuando entró Isabel II y sonó 'La llegada la reina de Saba'.

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    1. Si, lo recuerdo. Me entraron ganas de gritar: ¡viva los novios!

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