Siempre que se programa en Les Arts una ópera española o zarzuela tiene que haber polémica en los foros y redes sociales, polémica que todavía se acrecienta más si la obra en cuestión tiene algo que ver con Valencia, ya ocurrió con "Maror" y ha vuelto a ocurrir con "El Gato Montés", una ópera del valenciano Manuel Penella . En esta ocasión no estoy de acuerdo con las voces que han protestado por su programación, hay suficientes razones para hacerlo: al contrario que con "Maror", en esta ocasión no se ha tirado el dinero con una producción propia de corto recorrido, se ha recurrido a la del Teatro de la Zarzuela; es además "El Gato" una ópera que se estrenó en Valencia en 1917 (en pocos meses hará 100 años); tuvo mucha repercusión en su época, no solo en Valencia, también en Barcelona (donde fue criticadísima por la prensa), en Madrid y en diversos países americanos, llegando a representarse con éxito en Broadway en una versión con final feliz y en inglés y dio lugar al nacimiento de dos películas, una muda, "Tiger Love" (1924) de Georg Melford y otra sonora, "El Gato Montés" (1935) de Rosario Pi; también "El Gato Montés" ha motivado algún estudio fuera de nuestras fronteras sobre la posibilidad de una ópera española y ha sido grabada por la Deutsche Grammophon (por las razones que fueran, seguramente por presión de algún Divo de la ópera). No me parece mal que se recuperen estas obras que forman parte de nuestro patrimonio cultural, aunque sea más por un interés arqueológico que dramático-musical.
Hubiera sido interesante que, en esta ocasión, como ya ocurrió con la reposición de "El rey que rabió", se hubieran desplazado los cuerpos del Palau de les Arts al Teatro Principal, aprovechando que fue allí el lugar de su estreno en 1917, y esto lo digo por una cuestión emotiva más que por otra cosa, vamos... que no tiene mucha importancia.
La verdad es que asistí al estreno de "El Gato Montés" de Les Arts totalmente in albis, no pude aguantar el visionado y escucha de algunos de los vídeos que circulan por YouTube, lo único que conocía era el dúo del segundo acto entre soprano y tenor (Soleá y Rafael) y el pasodoble más taurino entre los pasodobles taurinos. Al salir en el intermedio me sorprendieron los comentarios de amigos y conocidos en el sentido de que la obra les había aburrido como pocas, no era mi caso, yo confieso que he llegado a aburrirme muchísimo más en óperas más célebres hasta el punto de llegar a dar alguna cabezadita que otra, aunque debo decir que la mayoría de las veces fue por culpa de los intérpretes o por hipnóticas puestas en escena cual drogas psicotrópicas que enturbia y adormecen la mente.
Hay que reconocer que el libreto no es ninguna maravilla y que el drama no transcurre con fluidez, que está descompensado y que la inspiración musical es irregular, abusando de algunos motivos temáticos que se repiten una y otra vez. Sin embargo hay algunos momentos muy disfrutables, como ocurre en las intervenciones del coro, momento en que la orquesta suena más colorista, en la escena de la cogida (pasodoble) al final del segundo acto y en el intermedio orquestal del tercer acto; pero no hay ningún aria digna de figurar en antología alguna, tampoco ningún dúo que embelese. La ópera va de menos a más pero tropieza en lo dramático con la muerte de dos de los tres protagonistas principales al final del segundo acto y el tercer acto pierde parte de sentido. Le sobra como una hora de música y son dos las que dura.
Se ha hablado mucho de "El Gato Montés" como de una ópera verista, yo le encuentro en lo musical muchos puntos en común con "Manon Lescaut" de Puccini, sobre todo en los momentos más dramáticos, magníficamente ejecutados por las cuerdas de la Orquesta de la Comunidad Valenciana.
Lo que me gustó y mucho es la puesta en escena procedente del Teatro de la Zarzuela, y eso que a priori tenía todo lo necesario para ser anodina: ausencia de decorados y abuso de la oscuridad. Pero ahí estaba el talento de los responsables de la iluminación, el sencillo vestuario en tonos pastel y, sobre todo, la dirección escénica de José Carlos Plaza, que supo mover al coro y cantantes con el acierto suficiente como para no caer en la monotonía (como ocurrió en aquella "Carmen" de Saura de infausto recuerdo) y que resolvió con brillantez el momento más complicado de toda la ópera, la escena taurina de la cogida de Rafael. Muy buena idea la de intentar acercar la ópera a la tragedia y alejarse de la españolada más folclórica sin dejarla totalmente de lado, es lo que le faltaba a esta ópera para terminar de rematarla, abusar de la pandereta.
En lo vocal la ópera, para ser de pretemporada -y aunque hubiera sido de temporada-, estuvo muy bien servida. Andeka Gorrotxategi se mostró muy entregado como Rafael, su timbre no me resulto atractivo pero brillaba especialmente al ascender al agudo y solventó todos los problemas que plantea la partitura en casi todas las ocasiones. Más fría se mostró Maribel Ortega pero su voz me pareció redonda en la zona media y aguda, sin grandes aristas, aunque con falta de homogeneidad en los graves, lo mejor es que fue una Soleá muy musical. Y Ángel Ódena, quien compuso un personaje totalmente creíble, con una voz potente y muy bien proyectada pero que no sonó fresca. Para quitarse el sombrero la completísima Gitana de Cristina Faus y la convincente Frasquita de Marina Rodríguez-Cusì. Correcto el Padre Antón de Miguel Ángel Zapater. Excelente, como siempre, el Coro de la Generalitat Valenciana y la Escolanía de la Mare de Déu (lástima que un mal ejecutado zapateado deslució la escena de los niños con la Gitana), mientras que la Orquesta sonó de forma espectacular gracias a la ágil y sensible batuta de Óliver Díaz.
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